Tristemente puesta en pie. Acaricias con los dedos la esperanza muerta, la torpeza y la vergüenza de este año que no fue lo que esperábamos tener. Se apaga, como se apagan tus impulsos, los latidos de tu amor.
Ese muñeco al que recurres cuando te aburres, cuando no surge algo mejor, el que sabes que siempre va a estar ahí. El que echa de menos cuando nadie se acuerda de que existe. Ese muñeco al que nunca, nadie, jamás sabrá valorarlo...
Tenía razón. Nadie espera tanto. Nadie es para tanto. ¿Cuántos golpes me hacen falta? Supongo que la conformidad en sí misma es algo absurdo. O no tanto. Imposible, tal vez.